Somos bufones
¿Todavía siguen haciendo eso de votar? Porque aquí en Argentina es obligatorio.
Encuentro fascinante todo el acto de la votación. Esa pantomima berreta que nos ofrece la dosis justa de sedante para olvidarnos de un posible despertar. “Oigan, podríamos estar haciendo algo verdaderamente significativo para la gente.”
Toda la imagen me parece surrealista. Esa cola en espera para el cuarto oscuro –debe llamarse así por lo macabro de la situación–. Viéndonos a pasos de dar un voto a personas que no conocemos –y que nunca vamos a conocer–. Dando votos a seres que probablemente ni los amigos conocen del todo. Que ni sus parejas confían en ellos. ¡Qué verdadero salto de fe –al vacío– al que nos obligan!
El acto viene condimentado con un poco de todo, hasta se asimila a esos casamientos arreglados: “Sí hijo, está mujer es la que te conviene, ya nos pusimos en los detalles con sus padres, vos no te preocupes.”
Siempre que voto, en mi mente repaso las opciones: El voto en blanco es el de la anarquía. El de la izquierda un engaño. Y el de la derecha imposible que falle –para otro bando–. Pero seguimos votando chantas, porque no sólo nos obligan a votar, nos convencieron de que es justo, a la fuerza. “¡Mirame! Valgo la pena, no soy un impostor, ¡votame!” Y ahí va otro voto ciego a esos fanáticos de la mercadotecnia. ¡Vivan los representantes –de no sé qué– carajo!
Por suerte, de vez en cuando en una elección aparece un payaso. Esos bufones que hacen que los demás candidatos parezcan hombres de bien. Honrados. Hasta inteligentes. ¡Me mato de risa de los que se horrorizan de estos grotescos seres! Pensando que los “honrados” son ahora dignos de recibir voto alguno. Para que todo el teatro continúe. ¡Cómo necesita la política de esas nefastas caricaturas! Porque los ridículos enaltecen hasta al más incompetente. “Vení, ponete al lado mío, me haces sentir más lindo.”
Y quiero aclarar que esto no es un ataque a la democracia. ¡Nada más errado! Soy pro-democracia, pero no representativa. Y aquí quiero hacer notar que encuentro fascinante –y no distingo diferencias– tanto en el que dice “hoy vamos a cumplir con ese hermoso deber cívico” como el que lo afronta desde un “vamos a votar así nos sacamos este peso de encima.” Ahí siempre está, en ambos casos, la actitud infantil de votar un rostro.
— ¿Y nene? ¿Ya votaste? ¿Votaste bien? ¿A la más linda, no?
— Sí pa, voté a la más linda, ¿puedo seguir viendo televisión ahora?
¿Tendrá la democracia representativa los días contados? Sé que debe existir una gran cantidad de gente que vale la pena votar y lucha contra todo un sistema corrupto, políticos honestos –dos palabras difíciles de escuchar juntas–, pero el estado actual de la política no promueve un flujo de voto hacia ellos, sino más bien, todo lo contrario.