Sentido de hogar
¿Existirá grabado en nuestro cerebro un sentido de hogar? ¿Un sentido de estar en casa? ¿Estar a salvo? ¿Es sólo el miedo lo que nos moviliza a protegernos en cuatro paredes? ¿Es también la vergüenza? ¿A veces estamos más seguros afuera que adentro?
Existe un lugar –sea un departamento alquilado, una casa rodante, o un castillo– donde estamos a salvo de los fantasmas del mundo. Parece ser que necesitamos un lugar donde poder sobrevivir del exterior, y vivir en nuestra privacidad. Poder pensar tranquilos, poder dormir y dejar afuera el mundo hostil.
La necesidad de techo debe ser la primera necesidad no fisiológica. Las cuevas, nuestros primeros refugios. Nada sofisticadas, pero suficientes como para no morir de una lluvia, el frío y el viento. Parece ser que necesitamos estar envueltos para sentir seguridad. Al menos sea con unos diarios.
Luego el exceso de modernización convirtió al hogar en cuatro paredes. Llenas de adornos y comodidades. Y aun así, el exceso trajo los miedos a nuestro propio hogar. Ahora el fantasma no está sólo afuera, sino también adentro. Debemos salir para no morir asfixiados por lo cotidiano de estas paredes. Lo artificial es nuestro nuevo peligro, y probablemente el sentido de hogar esté afuera más que adentro.