La Novedad
Los seres humanos nos sorprendemos –obsesionamos– ante una nueva idea, una nueva forma de ver el mundo o resolver un problema, o una nueva tecnología, o algo que nos hace sentir especiales. Como que conocemos algo nuevo que los demás no conocen. Y todo parece encajar en esa nueva forma.
La magia perdura por días, semanas, o meses, pero luego de unos años las máscaras terminan cayendo, y lo que parecía novedoso y perfecto tiene sus fallas. Empieza a notarse el óxido, la mugre, el mantenimiento.
Las ideas terminan siendo no tan perfecta como parecían, sino más bien, un artefacto más del mundo: con sus errores, algo que vino evolucionando y nosotros lo encontramos en medio del camino, todavía imperfecto –y nunca lo será– pero con camino por recorrer.
Esto pasa en todos los ámbitos del universo físico y metafísico: seres vivos, ideas políticas, sociológicas, lenguas y lenguajes de programación, software y hardware, incluso el cuerpo y el sexo, las relaciones, la mente, etc.
Debemos aceptar que sólo estamos en el mundo para ver una parte del tiempo, una versión “no tan buena” de las cosas. Y son nuestros deseos de mejorarlas que crearán la próxima novedad que inspire a las generaciones que siguen —si es que no morimos por una pandemia global dentro de unas semanas.
La evolución de la naturaleza nos gana en tres aspectos al crear artefactos físicos: 1) millones de años de ventaja, 2) no piensa ni razona, 3) oculta los porqués y las relaciones en su larga historia de caos.