Inteligencia Artificial II
Se sabe que Cleopatra (excusen este ejemplo traído de la historia romana) clavaba agujas de oro en el pecho de sus esclavas y que disfrutaba enormemente los gritos y contorsiones de las víctimas. Me dirán que eso ocurría en una época bárbara; que nuestro siglo también es bárbaro, ya que todavía se clavan alfileres; que el hombre, aunque tenga ahora una comprensión más clara de las cosas, no se acostumbra todavía a seguir las reglas de la razón y de la ciencia. Pero ustedes están convencidos de que el hombre se acostumbrará con el correr del tiempo, cuando el sentido común y la ciencia terminen de reeducar completamente la naturaleza humana y la orienten por un camino normal. Creen que con el tiempo el hombre dejará de errar y se verá, entonces, en la imposibilidad de oponerse a sus intereses normales.
Pero hay más. Entonces (según ustedes) la ciencia hará saber al hombre (aunque esto sea un lujo superfluo) que no tuvo nunca voluntad ni caprichos y que es, en definitiva, como una tecla de piano o un pedal de órgano. De modo que actúa, no de acuerdo a su voluntad, sino según las leyes de la naturaleza. Bastará, entonces, descubrir las leyes para que no se pueda considerar al hombre responsable de sus actos, y entonces la vida será fácil. Con estas leyes, todas las acciones de los hombres se podrán calcular tan matemáticamente como los logaritmos, hasta la cienmilésima, y se harán con ellas libros importantes, como nuestros diccionarios enciclopédicos, en los que todo estará exactamente calculado y previsto. Ya no habrá aventuras… y ni siquiera acciones.
Entonces (creen ustedes) se establecerán novedosas relaciones económicas, que se fijarán con precisión matemática, de modo que los problemas desaparecerán enseguida, por la sencilla razón de que se habrán descubierto las soluciones. Entonces se construirá un hermoso palacio de cristal. Entonces veremos el Pájaro de Fuego. Entonces… No se puede garantizar, digo yo, que eso no sea terriblemente aburrido (¿qué se podrá hacer, si todo está ya calculado y fijado?). Como contrapartida, todos serán sabios. Evidentemente, el aburrimiento es un mal consejero: es el aburrimiento lo que mueve a clavar agujas de oro en los pechos ajenos… Pero aun esto no tiene demasiada importancia. Lo grave, lo terrible es, digo, que el hombre se sienta feliz de tener al alcance de la mano agujas de oro. El hombre es estúpido por naturaleza, totalmente estúpido. Y es más ingrato que estúpido: es difícil encontrar otro ser más ingrato que él. Por eso no sería extraño verlo erguirse de pronto en medio de esa felicidad, un caballero sin elegancia, de rostro “retrógrado” y burlón, y que dijera: “¡Bueno, señores! ¿Cuándo vamos a destruir de un solo puntapié toda esta insoportable felicidad, aunque solo sea para enviar todos los logaritmos al demonio y poder vivir de nuevo según nuestra estúpida fantasía?.” Y hay algo peor, y es que muy rápidamente ese personaje encontraría discípulos. El hombre es así. Y la causa de todo es algo ínfimo que, a primera vista, se podría pasar por alto. Esa causa es que el hombre, sea el que sea, aspira siempre a obrar según su voluntad y no según las prescripciones de la razón y del interés. Ahora bien, yo creo que la voluntad de uno puede, y a veces incluso debe, oponerse a sus intereses. Mi voluntad; mi libre albedrío; mis caprichos, por insensatos que sean; mi imaginación sobreexcitada hasta la demencia… Esto es lo que no se tiene en cuenta, este es el precioso interés que ignoran todas esas clasificaciones de ustedes y que hace estallar todos los sistemas, todas las teorías.
¿De dónde sacan nuestros sabios que el hombre necesita una voluntad normal y virtuosa? ¿Por qué suponen que el hombre quiere ser razonable? El hombre sólo quiere una voluntad independiente, sin importar los precios y el resultado. Pero el diablo sabe lo que cuesta ese deseo…
— Memorias del Subsuelo, de Fiódor Dostoyevski